jueves, 3 de mayo de 2012

Patrimonio cultural en el Callejón de la Alegría.

El Callejón de la Alegría se inicia en el Callejón de la Montera y
culmina en la antigua Calle Real de La Soledad, recibiendo en sus
finales, por el lateral izquierdo, el Callejón de Fundición. Su nombre
no aparece impreso en ninguno de los planos hasta ahora localizado, ni
siquiera en los contemporáneos, lo que podría dar la impresión de su
irrelevancia, cuando en verdad es, por su contribución a la
irregularidad de la traza urbana y por su paisaje arquitectónico un
sustancioso sujeto urbano.
No son pocas las ciudades que poseen una Calle de la Alegría; algunas
quizás por estar de manera permanente bajo el influjo de cierta
festividad, pero también puede guardar relación, como expresión del
pensamiento español en América, con ese canto andaluz cuyo ritmo
determina un baile de raíz popular conocido también como canto
flamenco con copla, por lo general de cuatro versos octosílabos, que
pertenece al grupo de las cantiñas, melodía de carácter festivo
destinada a la danza. Cabe también suponer la presencia aquí de esa
planta herbácea de semillas oleaginosas conocida como ajonjolí, a la
que también se nombra Alegría. Históricamente el Callejón de la
Alegría debe su nombre, al hecho de haber vivido en ella, durante
muchos años, varias hermanas con aquel apellido.
Entre los vecinos de finales del XVIII se encuentran Antonio Díaz, que
en enero de 1779 compra un colgadizo, lateral a otro de Jerónimo
Rodríguez; el mismo que Miguel Rodríguez comprará en diciembre de 1792
para unirlo al ya adquirido a Jerónimo, una modesta construcción sobre
la cual gravitaba un impuesto de 100 pesos destinados al Convento de
San Francisco y la Fiesta de la Santa Bárbara, muestra de la devoción
por esas deidades de sus primeros propietarios. Entre 1833 y 1838 el
presbítero don Esteban de Jesús Vega compra una casa a don Miguel
Espineta y, años después, entre 1842 y 1845, aparece en condición de
propietario en este callejón el notario don Juan Ronquillo. Si su
nombre no se incluye en los planos del XIX; lo cierto es que, dada su
centralidad urbana, personalidades de alto rango social se vinculan a
él.
El censo de 1846 le dibuja de marcada uniformidad arquitectónica. De
las 14 construcciones que aparecen en ella, 10 están clasificadas de
bajas y 4 en la categoría de colgadizo, pero esta aparente
homogeneidad se rompe en el padrón de fincas urbanas de 1865 momento
en que en las fachadas aparecían los números 5 (½), 7 (¼), 9 (¼) y 12
(¼), a lo que se suma, por ejemplo, que don Mateo Bello resulte el
propietario de la 7 ¼, la 9 y 9 ¼; y don Manuel Agustín Ramos de la 7
y la 5 ½. En materia de apellidos ilustres aparecen los De Zayas
(Fernando y Nicolás) y Agramonte, a quienes les acompañan Nápoles,
Mayedo, López, Escobar, Adán, García, Ramos y Sánchez. En cuestión de
género, paradójico al sentido de su nombre, solo 3 de los 16
propietarios son mujeres, imponiéndose la masculinidad. Todos sus
dueños ostentan el título de don; motivo por el cual, si no reina la
alegría, haciendo honor a su nombre, al menos sí la concordia. Cada
una de estas propiedades encierra un valor incalculable para el
patrimonio de las familias principeñas, en 1877, don Antonio Bello
Delmonte pasó a ser dueño de la casa Alegría no. 9, "que la hubo por
legado que le hizo su abuelo don Mateo Bello". En 1888 Lasqueti la
describe de 120 metros, con 12 casas y 5 cuartos.
La huella republicana se anuncia en el plano arquitectónico cuando
Ángela Caballero Arango propone construir "una casa en el
emplazamiento de la accesoria en la casa no 8", un fragmento de la
casa que en 1865 había sido propiedad de don Mariano Adán. La obra,
ejecutada entre el 25 de octubre de 1915 y el 14 de enero de 1916,
apuntaba modestamente en sus elementos compositivos al estilo de moda:
el eclecticismo; el pretil liso, la platabanda de sus vanos y el
zócalo, sin dudas apuntaron a la modernidad para distanciarse de su
otra parte, ahora bajo el no. 8A y en propiedad de Julio Mallorquín.
Mayor alcance artístico logró la casa no. 20, del doctor Luis Cirilo
Menéndez Morell en 1946; el Art Noveau como estilo de referencia
posibilitó la presencia de detalles florales en la fachada y líneas
curvas en el pretil, sin que con ello se borrara el antiguo zaguán, la
sala y una habitación como espacios paralelos al Callejón.
Un cambio cultural y de connotación urbana se le avecinó el 31 de
mayo de 1926 cuando en sesión del Ayuntamiento se dio lectura a una
carta firmada por el presidente y el secretario del Consejo
Territorial de Veteranos de la Independencia, el teniente coronel L.
Suárez y A. Silva Rivas, respectivamente, solicitando el cambio de
nombre para honrar en esta calle al capitán Víctor Pacheco, quien
había sido jefe de la Banda del Tercer Cuerpo del Ejército Libertador.
La propuesta fue aprobada por el Alcalde Municipal el 9 de junio y así
lo comunicó a la población el periódico La Región a partir del lunes
28.
Al rebautizarle con un nuevo nombre se añadió la re numeración de las
casas según el proyecto de 1939, momento en que se invierte la
dirección Estrada Palma-Félix Caballero y de izquierda a derecha. Muy
lejos estaba doña Francisca Agramonte de pensar que su propiedad,
antiguamente no. 10, en la década del 40 del siglo XX estaría dividida
en tres edificaciones bajo los números 7, 9 y 11, todas a título de
Diógenes López Perdomo, vecino de Raúl Lamar no. 258; así como en el
caso de Mateo Bello o su nieto Antonio, antiguos dueños de la
edificación no. 9, que pasaría a mostrar los números 8 y 10 en
propiedad del Dr. Pedro Puig Puig, dueño de una residencia en la
Avenida de la Libertad no. 305, frente a la Plaza de La Caridad. Ni
López ni Puig, ajenos cotidianamente a estas propiedades, estaban
dispuestos a modernizar dichas casas. Juan Escobar en la casona no. 22
moderno mantiene la vetusta imagen arquitectónica y protege el alero
de tornapuntas que corre a lo largo de toda la fachada, así como las
pilastras truncadas que franquean la gran portada de entrada.
Elementos que la distinguen hoy como una de las joyas arquitectónicas
de mayor valía dentro del conjunto.
Pero el mayor grito que ofreció la modernidad en esta calle tuvo lugar
en los primeros años de la Revolución. Entre 1960 y 1967 la casa no.
23, de Marino Peña García y Nidia Ángulo Jardines, apunta a un
racionalismo en el que se combinan elementos de vanguardia como el uso
de celosías en elementos compositivos, a cargo del arquitecto Santiago
Amador Casellas. La obra, además de lucir un medio portal, elemento
atípico dentro del conjunto hasta entonces, se presenta como "un
edificio de un nivel", con sus correspondientes terrazas, para cubrir
la original fachada de 15 metros y 20 centímetros.
Tras la primera década del XXI el Callejón de las Alegrías resulta una
cuadra cargada de un sistema sígnico desde el cual leer la historia
cultural de la ciudad de Camagüey. Los no. 3 y 5 son la huella de las
casas gemelas, testimonios de la maestría de los constructores
camagüeyanos. Podría afirmarse que las no. 19, 22, 24 y 26, por su
lenguaje arquitectónico, son cercanas en el tiempo. Sin embargo, es en
su esquina con Fundición, donde se observan los exponentes más
antiguos: la no. 29 define en su planimetría el callejón, para
alcanzar luego mayor altivez con un alero de sardinel a todo lo largo
de la fachada; por su lado, las no. 32 y 34, partes de una única
construcción en el pasado, sostienen un modesto alero de sobradillo.
El punto de magnificencia en la cuadra, continúa siendo la casa no.
23, una especie de palacio moderno, en la que Iván y Lucy, sus nuevos
propietarios, sostienen una rent rrom para turistas. Aunque su valor
dentro del área declarada Monumento Nacional desde 1978 es
insustituible no forma parte del Centro Histórico Urbano declarado
Patrimonio de la Humanidad.

Patrimonio cultural en el Museo Ignacio Agramonte de Camagüey

Las flores en las colecciones
Que mayo sea considerado el mes de las flores es una idea que desborda
los bailes y festejos que en múltiples pueblos del mundo realizan los
jóvenes en torno a un árbol adornado de cintas y frutas. Mayo es un
mes que por su colorido incita a una espontánea alegría, no en vano
entre sus días está el que se dedica a las madres. ¿En qué medida la
apropiación que los hombres han hecho del universo de las flores
condiciona tanta dicha?
Una aproximación al lugar que ocupan las flores en el imaginario de
los seres humanos devela que bastaría su existencia para establecer un
acertado sistema de comunicación, pues la connotación sígnica de las
flores es tan plural y diversa que entronca con ese mirar
antropológico con el que debe mirarse el patrimonio cultural. Las
flores son, por naturaleza y connotación, por su estructura-función, e
incluso por aristas tan inefables como su fragancia y delicadeza,
muestra de una diversidad tan inatrapable como la totalidad de la
naturaleza humana. De ahí su acomodo a cuantos contextos existen.
Masculinas, femeninas o hermafroditas; símbolo de una pureza que le
erige en culto a la virgen en el mes de mayo, particularmente desde la
blancura de la azucena; cordiales, solitarias o simplemente aisladas
en su relación; al servicio de la arquitectura en la definición del
rosetón de muros y techos; o el arte de la navegación con la de "Rosa
de los vientos"; o compendio de la conducta humana al llamar
"Girasol" a la persona que procura granjearse el favor de un príncipe
o poderoso, o se comenta de la improductividad de un discurso con la
frase "echar margaritas a los cerdos"; aleccionadora en moral desde el
relato popular La flor del lilo-va. Las flores, amén del significado
que cada una tiene en relación con los sentimientos: amistad, lealtad,
cariño, amor…, sirven de referente a cuanto tienen los hombres que
decir entre sí.
Dentro de las colecciones que atesora el Museo Ignacio Agramonte la
flor está presente en todas ellas. Quizás en algunas piezas estén solo
en función decorativa, mas creo que no es fortuita su presencia en
ninguno de los casos. Se exhiben en el Museo por estos días piezas de
Artes Decorativas, Farmacia, Grabaciones Sonoras, Carteras y
sombreros, Abanicos, y Publicaciones, en los que las flores se hacen
presentes. Leer e interpretar estos exponentes puede ser un sendero
para reconocernos a nosotros mismos; combinar la naturaleza y utilidad
de la pieza con la de la flor que contiene puede ayudarnos en este
acertijo.